martes, 24 de enero de 2012

El hambre y la silenciosa muerte de los ignorados
por Alejandro Mareco
LaVoz
¿Cuánto valen 50, 100 mil vidas perdidas, de las cuales la mitad son de niños? Si sucede en la región del mundo llamada Cuerno de África, está claro que muy poco. ¿Y la globalización?; ¿y “la comunidad internacional”?
La globalización sucede desde hace 500 años y pico, cuando los viajes de Colón nos encontraron a todos como parte de un globo. Para gran parte de África, como para otras partes del mundo, comenzó entonces una especie de enorme cataclismo, acaso el más arrasador de todos: la voracidad de los poderosos.
En el continente en el que nació la especie, no sólo se saquearon riquezas, sino también personas (millones de esclavos). Luego, los europeos desplegaron su opresión colonialista en todo el territorio: Inglaterra, Francia, España, Portugal, Italia, Alemania. Hasta Bélgica y Holanda tenían pueblos sometidos, condición que sostuvieron a sangre y fuego hasta más allá de la mitad del siglo 20.
La mayor parte de la riqueza europea, que hoy no se ve tan sólida, es fruto de la expoliación de continentes enteros. (Y ahora hay que asistir, no sin estupefacción, a que el primer ministro inglés diga que Argentina es colonialista).
La globalización de estos tiempos tiene que ver sobre todo con el mundo tomado como mercado, en el que la relevancia que los países más desarrollados les adjudican a los demás depende de sus capacidades de consumo.
Después, la globalización de las comunicaciones tiene una mirada parecida. En estos días de imágenes instantáneas e información veloz se ven, sin embargo, algunas cosas. Por ejemplo, el reciente desastre del crucero italiano en aguas del mar Tirreno sigue fluyendo a raudales en las pantallas. Claro, es una historia con varios condimentos que la hacen interesante: además de la tragedia, un inefable capitán y la desventura de miles de personas capaces de costearse pasajes tan caros, entre otros.
Mientras tanto, pasan otras cosas, como la catástrofe humanitaria en el Cuerno de África, de la que poco se ha dado cuenta. Según las organizaciones Oxfran y Save the Children, entre abril y agosto del año pasado murieron de 50 a 100 mil personas, la mitad de ellos niños en la región que comprende a los países de Somalía, Yibuti, Etiopía y Kenia. ¿La causa? El hambre. La zona padece una de las peores sequías de su historia y 13 millones de personas están acorraladas por la situación.
Pero no es sólo el hambre. Según esas organizaciones humanitarias, “la falta de una acción decidida por parte de la comunidad internacional, en el momento en el que los sistemas de alerta temprana vislumbraron la gravedad de la situación de la zona, dejó un desolador balance”.
A pesar de que se había declarado la emergencia sanitaria, la ayuda tardó seis meses en llegar, pues los donantes exigían pruebas de que se estaba frente a una catástrofe humanitaria. Acaso la “comunidad internacional” estaba demasiado ocupada en salvar al mundo financiero, a los bancos, de sus propios excesos.
¿Era tan difícil comprobar la gravedad de la situación? Es posible que sí, puesto que los medios están, pero el desprecio hacia la suerte de algunas regiones del planeta es contundente. Japón, por ejemplo, sufrió un cataclismo, y de inmediato recibió la solidaridad material del mundo, como corresponde. El Cuerno de África padece otro cataclismo, la sequía, pero además, uno peor: la inequidad y la indiferencia. ¿Es posible todavía que miles y miles deban morir de hambre, la gran tragedia humana, antes de que alguien reaccione?
FUENTE:Publicado en www.lavoz.com

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