lunes, 16 de abril de 2012

Lluvia de Piedras
Por Enrique Guillermo Avogadro
Abogado

“Vamos por este mundo como si tuviéramos uno de repuesto en nuestras maletas”

Jane Fonda


La Argentina siempre ha sido un país original, a punto tal que alguna vez un profesor, hablando de la economía mundial, establecía cuatro tipos de sistemas: el capitalista, el socialista, Japón y nuestro país. Pues bien, en estos días, al menos esos laureles de originalidad han reverdecido.

Dejando a cargo de la Presidencia de la República a un señor sospechado de todo lo posible, y sobre el cual se está cerrando un cerco de pruebas del cual le resultará difícil evadirse, la señora de Kirchner nos representó en Cartagena de Indias, donde se celebró una Cumbre regional, en la cual obtuvo pésimos resultados.

Obviamente, eso ha sucedido muchas veces y con muchos presidentes; me refiero a fracasar en sus objetivos al intentar incluir determinado tema en la declaración final del encuentro. Lo que convierte este episodio en original es el total desconocimiento, por parte del ex Twitterman, acerca de los intereses de cada país a la hora de elegir su postura internacional. Nuestro egregio Canciller se comportó como aquél del Proceso, Nicanor Costa Méndez, que creyó que, en la guerra de Malvinas, los Estados Unidos nos apoyarían o, al menos, se mantendrían neutrales.

A treinta años de esa tragedia, la Argentina comete los mismos errores en los foros internacionales cuando pretende, después de castigarlos duramente a través de Patotín y sus prohibiciones a importar, las naciones de América la acompañen en su postura patotera con relación a las islas. ¡Así le fue a doña Cristina en Colombia!

La pregunta de oro es: ¿resulta don Timerman, el mismo que, tenazas en mano, secuestró material estratégico norteamericano en Ezeiza, el más apto para conducir las relaciones internacionales de nuestro país en este preciso momento histórico? La obvia respuesta es que no.

Veamos el escenario global, ese mismo que “el hijo de Jacobo” (¡gracias, Lanata!) desconoce por completo.

Con los países de la región estamos peleados porque, para cuidar la caja de dólares, Patotín cerró las importaciones a cal y canto. El problema básico es que las empresas, en general, distribuyen la fabricación de las partes de sus productos en distintos países; así, en un proceso que se llama integración, las automotrices, por ejemplo, fabrican los motores en un país, las cajas de cambio en otro, los frenos en un tercero, los vidrios en un cuarto, y así sucesivamente.

Entonces, cuando don Moreno cierra el ingreso de mercaderías importadas a la Argentina, interrumpe el flujo normal de todos esos componentes y, con ello, la producción final de las empresas, donde quiera que esto se concrete. Es fácil entender que esa situación no fue prevista cuando las inversiones en la región, en toda la región, fueron imaginadas; cuando los empresarios se quejan a los gobiernos de los otros países, éstos, porque se ven venir la desocupación local, se indignan con las trabas que el nuestro les impone y son reacios a acompañarnos en una pelea frontal con Inglaterra.

Para entender de qué estoy hablando, nada mejor que leer un artículo altamente esclarecedor por lo simple, que publicó Leonard Read en 1958 y al que tituló “Yo, el lápiz” (http://www.liberalismo.org/articulo/50/37/lapiz). Ha sido, precisamente, por ignorar estos principios básicos del comercio y de la industria globalizados que doña Cristina se dejó convencer por Patotín de las bondades del cierre de nuestra economía, atrayendo problemas con todos nuestros socios naturales.

El otro frente complicado, en términos externos e internos, es el que el niño Kiciloff está agudizando con Repsol, al pretender que ésta se deje sodomizar en YPF.

Todos quienes han seguido mis notas saben cuánta responsabilidad adjudico a los Kirchner en la política energética seguida desde 2003, e instrumentada por don De Vido.

Mi razonamiento es el siguiente. Después de haber apoyado desaforadamente, y logrado, la privatización de YPF en la época del neo-kirchnerista Menem, actitud que representó para don Néstor (q.e.p.d.) el cobro de quinientos millones de dólares en regalías y muchas acciones de la nueva empresa que, cuando fueron vendidas, agregaron otros setecientos millones a sus arcas (¿se acuerdan de los desaparecidos “fondos de Santa Cruz”?, Kirchner, ya en el poder central, decidió “ir por todo” en el sector del petróleo y el gas.

Para ello, congeló los precios que cobraban los productores locales, de cualquier nacionalidad que éstos fueran. Así, logró que Respol-YPF percibiera por cada millón de BTU (la medida internacional del gas) producidos en la Argentina dos dólares y medio, a pesar de cobrar, cuando lo producía en Bolivia, siete dólares. Obviamente, esa política resultó en que las compañías que actuaban en el país dejaran de buscar nuevos yacimientos y se limitaran a sobreexplotar a los que ya tenían en producción.

Naturalmente también, esas empresas empezaron a buscar el modo de salir de nuestro país, en el cual no podían ganar dinero, al menor costo posible. En el caso de Repsol, nuevamente apareció don Néstor (q.e.p.d.) para indicar a los españoles que lo que más les convenía era ceder una parte de la empresa (15% + 10%) a un grupo, los Eskenazi, íntimos amigos y banqueros suyos.

Como éstos no tenían dinero, Kirchner era muy amarrete con el propio y Repsol tenía interés en empezar a irse, todos inventaron el método ideal para que los amigos del Presidente de entonces pudieran comprar esas porciones de la compañía: el dinero saldría de la propia Repsol.

Hasta allí, el tema estaba resuelto, pero los Eskenazi tampoco tenían forma de devolver el préstamo recibido para comprar las acciones. ¿Cómo se solucionó?, muy simplemente. El contrato estableció –y el Gobierno argentino lo aprobó, con la firma de Patotín- que los fondos para pagarlo saldrían de las ganancias de la propia empresa.

Así, establecieron la fórmula mágica. YPF repartió, durante años, el 140% de sus ganancias –porque incluyó las anteriores, no distribuidas-. Con el porcentaje que les tocó, los Eskenazi fueron devolviendo el préstamo (todavía deben algo) y los españoles se llevaron el 75% restante como ganancia propia. ¡Maravilloso invento!

Claro que, para poder concretarlo, YPF, hasta entonces dueña de la porción mayoritaria del mercado, dejó de explorar y consumió sus reservas. Mientras que, en la actividad petrolera mundial, lo normal era distribuir entre el 25 y el 30% de las utilidades y destinar el resto a la exploración, YPF se comportó como dije en el párrafo anterior, pero los Kirchner-Eskenazi se hicieron de una parte importante del negocio.

Con la muerte de don Néstor (q.e.p.d.) y la crisis desatada por las necesidades de importar más combustibles y más caros, llegó el momento de las definiciones. Mi impresión –carezco de pruebas, pero aplico la lógica- es que el niño Máximo fue a ver a los Eskenazi para que le dieran “la de papá” y, como éstos habrían alegado desconocimiento o cancelación previa de las obligaciones (recordemos que, en estos casos, no existen los papeles y las “mejicaneadas” son siempre posibles), se transformaron en los nuevos enemigos Nº 1 del Gobierno, tal como antes había sucedido con el grupo Clarín, Alberto La Viuda Fernández o Moyano y, en estos días, con Righi y con Rafecas.

En resumen, los Kirchner, para concretar tanto su propia entrada en el mercado del petróleo cuanto la de sus amigos de siempre (don Cristóbal López y don Lázaro Báez) –recordemos que entregaron a éstos diez (siete millones y medio de hectáreas) de las doce áreas en una licitación de la Provincia de Santa Cruz, para lo cual descalificaron a todas las operadoras internacionales- crearon esta inédita crisis de energía: de ser un país netamente exportador de combustibles, la Argentina de don Néstor (q.e.p.d.) y de doña Cristina deberá importar este año US$ 14.000 millones, y se ha quedado sin reservas.

El niño Kiciloff parece haber convencido a la Presidente de “ir por todo” en el caso YPF, ya que la movida le permitiría explotar el populista sentimiento nacionalista local, ocultando los nuevos escándalos de corrupción y, a la vez, resolver problemas de caja del Gobierno. Pero, como todo aquí, cualquiera sea la solución que doña Cristina encuentre, no responde a la pregunta fundamental: ¿de dónde saldrán los fondos necesarios para que, dentro de cinco o seis años, la Argentina recupere el autoabastecimiento?

La otra pregunta fundamental de estos días, y a la cual tampoco nadie responde, es: ¿quién es el dueño de Ciccone, la imprenta a la cual el Gobierno insiste en encomendar nada menos que fabricar los billetes?

Como se ve, la Argentina vuelve a ser un caso de estudio, especialmente en aquellos países que tienen intereses en YPF, es decir, nada menos que la Unión Europea, México y los Estados Unidos, o que resultan perjudicados por el cierre patotero de nuestras importaciones: los nombrados, más Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay y hasta China.

Hace algunas semanas, cerré una nota recomendando la compra de cascos, ya que lloverían piedras. La Cumbre de Cartagena, el conflicto con Repsol y el affaire Ciccone son sólo el principio de ese fenómeno climático, y las próximas semanas nos permitirán comprobar cuánto se están acelerando los tiempos.

Bs.As., 16 Abr 12

Enrique Guillermo Avogadro
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FUENTE: Enviado por e-mail por su autor

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