miércoles, 10 de abril de 2013


La mentira del cristal roto
Los economistas del libre mercado han citado triunfantemente la mentira del cristal roto siempre que alguien opina que una acción destructiva, ya sea un desastre natural o una catástrofe de origen humano, es paradójicamente “buena para la economía”. La referencia es una lección clásica dada por el economista Frédéric Bastiat en 1850.
Especialmente después de que Paul Krugnman fuera a la CNN y explicara las virtudes de simular una invasión alienígena, los libertarios tuvieron terreno abonado para la acusación del “cristal roto”. La llamada izquierda progresista ha estado tratando de contestar, afirmando que los críticos de Krugman en realidad no entienden lo que estaba diciendo Bastiat.
En el presente artículo, revisaremos la lección original de Bastiat y la aplicaremos a las disputas actuales sobre los posibles beneficios de acontecimientos destructivos.
La fábula de Bastiat
Citemos por extenso del ejemplo inicial de Bastiat en su obra clásica, Lo que se ve y lo que no se ve:
¿Han sido alguna vez testigos de la furia del buen comerciante, Jaime B, cuando su descuidado hijo rompió un cristal? Si han estado presentes en esa escena, es casi seguro que habrán sido testigos del hecho de que cada uno de los espectadores, donde había hasta treinta, ofrecían a desafortunado propietario el invariable consuelo: “No hay mal que por bien no venga. Todos tenemos que vivir y ¿qué pasaría con los cristaleros si los cristales nunca se rompieran?”

Esta forma de condolencia contiene toda una teoría, que se muestra muy bien en este caso sencillo al ver que es precisamente la misma que, desgraciadamente, regula la mayor parte de nuestras instituciones económicas.
Supongamos que cuesta seis francos reparar el daño y decimos que el accidente aporta seis francos al comercio del cristalero (que aumenta ese comercio en la cantidad de seis francos), estoy de acuerdo, no tengo nada que decir contra esto, hemos razonado correctamente. El cristalero viene, realiza su trabajo, recibe sus seis francos, se frota las manos y, en el fondo, bendice al chico descuidado. Todo esto es lo que se ve.
Pero si, por otro lado, llegamos a la conclusión, como suele ocurrir, de que es una buena cosa romper ventanas, que eso hace que el dinero circule y que se favorece a la industria en general, me obligan a decir “¡Un momento! Su teoría se limita a lo que se ve, no tiene en cuenta lo que no se ve”.
No se ve que una vez nuestro comerciante ha gastado seis francos en una cosa, no puede gastarlos en otra. No se ve que si no hubiera tenido que reemplazar un cristal, podría tal vez haber reemplazado sus viejos zapatos o añadido un libro a su biblioteca. En resumen, habría empleado sus seis francos en alguna manera que este accidente ha impedido.
Veamos cómo a la industria en general le afecta esta circunstancia. Al romperse la ventana, el trabajo del cristalero se ve favorecido en la cantidad de seis francos: esto es lo que se ve.
Si el cristal no se hubiera roto, el comercio del zapatero (o algún otro) se habría favorecido en la cantidad de seis francos: esto es lo que no se ve.
Y si se tiene en cuenta lo que no se ve, porque es un hecho negativo, igual que lo que se ve, porque es un hecho positivo, se entenderá que ni la industria en general, ni la suma total de trabajo nacional se ven afectados, se haya roto el cristal o no.
Hay dos elementos importantes en el análisis de Bastiat:
Una suposición de lo que ahora llamamos “efecto expulsión” (“crowding out”) o, lo que es lo mismo, negando que haya “recursos ociosos” y
La distinción entre riqueza y empleo. Luego nos ocuparemos de cada una por turnos.
Bastiat supone “pleno empleo”, es decir, que no hay “recursos ociosos”
Al llegar a su conclusión de que el niño gamberro no ha generado ningún beneficio económico a la comunidad, Bastiat establece primero que no hay estímulo neto en el empleo o la renta. Es verdad que la renta del cristalero es más alta de lo que habría sido en otro caso. Es lo que se ve. Sin embargo, Bastiat argumenta que este bien innegable para el cristalero se ve perfectamente compensado por una reducción en la renta de algún otro en la comunidad que ahora está ganando menos debido al gamberro.
En concreto, Bastiat supone que el comerciante habría gastado en algo sus seis francos y que el niño simplemente le ha obligado a gastar el dinero en reparar el cristal roto. Es erróneo ver el empleo del cristalero como una ganancia neta para la economía, porque el comerciante (en ausencia del cristal roto) podría haber gastado esos seis francos en hacer que se repararan sus zapatos, por ejemplo. En ese caso, la ganancia del cristalero se contrarresta exactamente con la pérdida del zapatero.
Así que si suponemos que los trabajadores en la comunidad habrían estado “completamente empleados” si el niño no hubiera roto el cristal, entonces está claro que el niño no está “creando empleo” o “estimulando la renta total”. Todo lo que ha hecho es dar más trabajo/renta al cristalero, a costa del trabajo/renta de alguna otra gente en la comunidad.
Riqueza frente a renta/empleo
En este punto, uno podría pensar que todo el episodio no cambia nada. Es verdad que el vandalismo del niño no ayuda, pero ¿daña algo? ¿Está argumentando implícitamente Bastitat que es mejor dar negocio al zapatero que el cristalero? ¿De dónde saca esa conclusión?
La respuesta incluye la distinción entre riqueza frente a renta o empleo. Aunque la “renta total” o el “empleo total” o el “PIB total” no hayan cambiado por la acción (solo se ha reordenado su composición), sin embargo el gamberro ha hecho objetivamente más pobre a la comunidad.
En concreto, al destruir el cristal, el niño ha hecho necesario para la gente de la comunidad dedicar su escaso tiempo de trabajo (y otros materiales) para únicamente restaurar la cantidad de riqueza tangible de vuelta a su estado original. Si el niño no hubiera roto el cristal, entonces el trabajo y otros materiales se habrían utilizado (de nuevo, suponiendo pleno empleo en ambos escenarios) para hacer que creciera la riqueza tangible de la comunidad.
En resumen, Bastiat está argumentando que el niño no ha estimulado el empleo o la renta total en absoluto, que simplemente lo ha cambiado de un sector a otro. Pero una vez dicho y hecho esto, la comunidad tendrá menos riqueza tras el vandalismo del niño del que habría tenido en otro caso. En concreto, las ganancias y pérdidas en el resto de la comunidad se compensan (los cristaleros tendrán más riqueza, mientras que el zapatero tendrá menos), pero el comerciante es definitivamente más pobre. En lugar de tener un cristal y un nuevo par de zapatos, solo tendrá un cristal.
Paradójicamente, nos ha llevado varios párrafos de análisis económico cerrar el círculo volviendo a lo que nos decía constantemente el sentido común: Cuando un niño gamberro rompe el cristal de un comerciante (y el comerciante es quien tiene que pagar por reemplazarlo), el comerciante s hace más pobre en la cantidad que cuesta reemplazarlo. La acción del niño es destructiva, ha hecho más pobre a la comunidad, no debería ser felicitado en modo alguno. Vale.
Los keynesianos flirtean con la alabanza del desastre
Especialmente a la vista de las recientes bromas realizadas a costa de Paul Krugman, deberíamos andar aquí con pies de plomo. En justicia, quiero dejarlo claro: Paul Krugman nunca ha suspirado por una invasión alienígena, ni ha dicho que quiera otra guerra mundial.
Sin embargo sí ha escrito cosas que comprensiblemente dieron a sus críticos esa impresión. Por esos muchos libertarios se han puesto como con referencias a la mentira del cristal roto. He aquí las dos citas más incriminatorias de Krugman (además del análisis de la invasión alienígena explicado antes):
La vida y los negocios continúan, así que supongo que tengo que hablar del impacto económico de la pesadilla de Fukushima.
Una serie de impactos implica la interrupción de las cadenas de suministro. (…)
Pero estoy oyendo muchas preocupaciones acerca de los impactos económicos. Está claro que Japón tendrá que gastar cientos de miles de millones (de dólares, no de yenes) en el control de daños y la recuperación, aunque caigan los ingresos gracias al impacto económico directo. Así que Japón se convertirá en menos exportador de capital, tal vez incluso en importador de capital, durante un tiempo. Y esto, según dice la historia, llevará al aumento de los tipos de interés.
¿Qué está pasando? La explicación acerca de los crecientes tipos de interés sería correcta en tiempos normales. Pero no estamos en tiempos normales: estamos (todavía) en una trampa de liquidez, con los tipos a corto plazo cerca del nivel mínimo de cero. (…)
Así que la obtención de dinero por el gobierno no tiene que hacerse a costa de la inversión privada, elevando los tipos de interés; por el contrario solo moviliza algunos de esos ahorros deseados pero no llevados a cabo.
Y sí, esto sí significa que la catástrofe nuclear puede acabar siendo expansionista, si no para Japón, sí al menos para el mundo en su conjunto. Si esto suena a una tontería, bueno, la economía de la trampa de liquidez es así: recordad que la Segunda Guerra Mundial acabó con la Gran Depresión. (Paul Krugman, 15 de marzo de 2011, cursivas añadidas)
Y esta:
Parece casi de mal gusto hablar de dólares y centavos después de un acto de asesinato masivo. Sin embargo, debemos preguntarnos acerca de las réplicas económicas del horror del martes.
Estas réplicas no tienen que ser importantes. Por muy espantoso que pueda parecer decir esto, el ataque terrorista (como el día de la infamia original, que hizo que se acabara la Gran Depresión) podría incluso producir algún bien económico. (…)
Acerca del impacto económico directo: La base productiva de la nación no se ha dañado seriamente. Nuestra economía es tan enorme que las escenas de destrucción, aunque sean imponentes, son solo un agujerito (…) Nadie tiene aún una cifra en dólares para el daño, pero me sorprendería si la pérdida fuera de más del 0,1% de la riqueza de EEUU (algo comparable a los efectos materiales de un terremoto o huracán importante.
El comodín es aquí la confianza. (…) Durante unas pocas semanas, los aterrorizados estadounidenses pueden no estar de humor para comprar nada más que productos de primera necesidad. Pero una vez que se pase el shock, es difícil creer que el gasto de consumo se vea muy afectado.
¿Abandonarán los inversores las acciones y bonos corporativos en busca de activos más seguros? Esa reacción no tendría mucho sentido: después de todo los terroristas no van a hacer estallar el S&P 500. (…) Para cuando reabran los mercados, el peor pánico probablemente ya haya pasado.
Así que el impacto económico directo de los ataques probablemente no sea tan malo. Y habrá, potencialmente, dos efectos favorables.
Primero, la fuerza motora tras la ralentización económica ha sido un desplome en la inversión empresarial. Ahora, de repente, necesitamos algunas nuevas oficinas. Como ya he indicado, la destrucción no es grande comparada con la economía, pero la reconstrucción generará al menos algún aumento en el gasto empresarial.
Segundo, el ataque abre la puerta a algunas medidas sensatas de lucha contra la recesión. Durante las últimas semanas ha habido un acalorado debate entre liberales sobre si defender la respuesta keynesiana clásica a la ralentización económica, una explosión temporal del gasto público. (…) Ahora parece que sí tendremos una explosión rápida del gasto público, por muy trágicas que sean sus razones. (Paul Krugman, 14 de septiembre de 2001, cursivas añadidas)
La relevancia de la fábula de Bastiat para el análisis (típicamente keynesiano) de Krugman debería quedar clara. Queda solo un último agujero a cerrar en el caso contra la “línea de salvación” de cristales rotos, tsunamis y ataques terroristas.
¿De qué sirve el empleo?
Como dije antes, los keynesianos últimamente han estado lanzando un contraataque sobre la acusación de que están cometiendo la mentira del cristal roto. Una de sus respuestas es afirmar que los críticos conservadores/libertarios están ignorando la distinción entre riqueza y empleo y que están suponiendo inconscientemente que hay pleno empleo (es decir, que no hay “recursos ociosos”).
Los espectadores simpatizantes han entrado en el debate, afirmando que Bastiat podría haberse equivocado. Después de todo, supongamos que llega un huracán y golpea a una comunidad que inicialmente tuviera una gran cantidad de trabajadores desempleados de la construcción. ¿Quién negaría que el huracán podría (bajo las circunstancias correctas) llevar en la práctica a más empleo y un mayor “producto interior bruto” tal y como se mide actualmente?
En este estado de la discusión, creo que hay dos respuestas principales. En primer lugar, tenemos que investigar por qué hay tanto “recursos ociosos” a nuestro alrededor. Si resulta que hay que echar la culpa al gobierno destructivo y las políticas del banco central (y no a una repentina falta de voluntad de la gente de “gastar lo suficiente”), entonces los gastos forzosos (debidos a un desastre natural o un ataque terrorista) no arreglarían realmente el mercado laboral. Misteriosamente, la economía se convertiría repentinamente en “peor de lo que creíamos”, así que incluso a la vista del nuevo gasto, el empleo sigue siendo demasiado alto. (Esto es lo que ocurrió con el paquete de estímulo de Obama).
Segundo, podemos atacar de frente la crítica. Supongamos que sea realmente en caso de que, en ausencia de un huracán (ataque terrorista, tsunami, invasión alienígena, etc.), la gente en una comunidad trabajara menos horas y de que el PIB medido fuera menor. ¿Significa esto que hay alguna tabla de salvación para el desastre que pudiera, al menos parcialmente, compensar la innegable pérdida de riqueza?
Por ejemplo, ¿es posible que tenga sentido decir “Vale, los alienígenas llegaron y destruyeron unos pocos edificios y nos obligaron a utilizar algunos de nuestros misiles de crucero y un montón de combustible de avión para repelerlos, pero al menos estimularon nuestra deprimida economía, así que tenemos que sumar la pérdida de riqueza por un lado y compararla con la ganancia en actividad económica por el otro para ver si en general los alienígenas generan un beneficio neto”?
La posición habitual del libre mercado sobre esta cuestión es que no, no tiene sentido hablar de esto. El objetivo de la actividad económica es producir bienes y servicios de consumo. El trabajo es un mal necesario, no un fin en sí mismo. Como dijo Henry Hazlitt en un contexto similar:
No hay ningún truco para emplear a todos, ni siquiera (o especialmente) en la economía más primitiva. El pleno empleo (muy pleno empleo, empleo largo, agotador, demoledor) es característico precisamente de las naciones que están más retrasadas industrialmente.
Por adoptar otra analogía de Hazlitt, supongamos que Jim ve a su vecino en un sillón, bebiendo un Martini la tarde de un sábado. Jim decide entonces quemar la casa de su vecino. Evidentemente, el vecino salará de su asiento y empleará, digamos, la próxima hora en acabar con el fuego y minimizar todo lo que pueda el daño. ¿Podría alguien sus cabales decir de este escenario: “Es verdad que Jim causó alguna destrucción de riqueza y eso es algo malo, pero no perdamos de vista lo bueno: el vecino trabajó más de lo que habría hecho en otro caso”?
El mismo principio opera a nivel comunal, cuando se refiere a huracanes, ataques terroristas e invasiones alienígenas. La única diferencia es que individuos concretos pueden en realidad beneficiarse, aunque la comunidad en conjunto siga siendo igualmente más pobre. Por ejemplo, si una nave espacial alienígena explota una fábrica (desierta) y luego se va, es posible que cierta gente (como los trabajadores de la construcción y sus proveedores) tenga un beneficio neto. Renunciarían encantados a su tiempo de ocio a cambio de los salarios que reciban por reconstruir la fábrica.
Sin embargo, hay otra gente en la comunidad que son claramente los perdedores. No solo pierden la riqueza de su fábrica, sino que deben pagar con lo suficiente de su riqueza remanente para inducir a los trabajadores de la construcción y otra gente a reconstruirla.
Cuando se calculan costes y beneficios al nivel de la sociedad, el hecho de que cientos de trabajadores tengan que renunciar a horas de su tiempo y que los propietarios de las escasas tejas, ladrillos, cemento, etc. tengan que renunciar a parte de su propiedad, es un coste del ataque alienígena. No son beneficios.
Es difícil ver esto, porque la gente afectada lo ve como un “aumento en la demanda” de sus servicios y productos. Los trabajadores de la construcción están encantados de acudir al lugar de trabajo cada día a las 8, en lugar de dormir, porque ahora “tienen trabajo”.
Pero cuando llevamos más allá el análisis y preguntamos por qué es bueno tener un trabajo, la respuesta no es que quieran mantenerse en forma. La respuesta, por supuesto, es que consiguen un dinero con el que pueden comprar otros bienes y servicios.
Conclusión
Hemos cerrado el círculo. Los keynesianos suponen que la economía de mercado puede atascarse en una “trampa de liquidez” en la que no se están produciendo ganancias ventajosas mutuas en el comercio. El posible beneficio de invasiones alienígenas y ataques terroristas, desde este punto de vista, proviene de su capacidad de sacar al sector privado de su temor.
Pero para aquellos economistas que rechazan esa idea y por el contrario piensan que los mercados pueden utilizar eficientemente los recursos cuando se los deja en paz, no hay lado bueno en absoluto en estos acontecimientos destructivos. Aunque podamos imaginar situaciones en las que estos acontecimientos confieran beneficios a grupos concretos, en el global, la sociedad siempre se hace más pobre, porque la necesidad de aplicar más poder laboral (solo para volver al status quo en términos de riqueza tangible) es un coste del episodio, no un beneficio. En igualdad de condiciones, estamos mejor cuando la gente tiene que trabajar menos para alcanzar un nivel dado de riqueza o flujo de consumo.
FUENTE: Publicado en http://www.miseshispano.org/2013/04/la-mentira-del-cristal-roto/

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