viernes, 11 de abril de 2014

Del mítico Leviatán al gusano parasitario

hgPor Horacio Giusto Vaudagna (*)
Thomas Hobbes al momento de escribir su mayor obra, el Leviatán (1651), realiza una minuciosa descripción del poder estatal. Hoy resulta imperioso y oportuno rescatar varias líneas argumentales que nos permitan dilucidar con mayor claridad la realidad que estamos viviendo.
Desde la perspectiva de Hobbes, forma parte de la naturaleza humana la competencia, la desconfianza y la gloria. El hombre constantemente buscará su beneficio, para luego asegurarlo y posteriormente sentirse honrado por tal consecución. Es por la naturaleza del hombre que el conflicto se encuentra latente en cada ser, pero así también su capacidad racional de buscar la paz. Es preciso considerar que la igualdad que nos caracteriza como especie, nos dota de la libertad de obrar conforme a nuestros placeres y pasiones, mas ello acarrea que naturalmente pueda uno valerse de cualquier medio para tal fin, conllevando a una perpetua guerra.
Verdad es que todos los seres humanos somos diferentes, siendo que según cada persona posee cualidades intelectuales, físicas y morales que la distingue de sus pares. Pero en la masa colectiva del género humano somos, en más o en menos, iguales. En base a esa igualdad,  y desde una concepción racional del derecho, es que ningún hombre puede imponerse sobre otro, ya que toda coerción implicaría la superioridad de uno por sobre la libertad de otro. Así pues, si consideramos la igualdad reinante en el género humano como una premisa válida, no existe fundamento que permita, en una primera instancia, reducir o coartar la libertad de otro ser humano.
Citando textualmente a Hobbes, se definía la siguiente regla natural: “Cada hombre debe esforzarse por la paz, mientras tiene la esperanza de lograrla; y cuando no puede obtenerla, debe buscar y utilizar todas las ayudas y ventajas de la guerra.”. Para conseguir la paz es que cada persona, bajo la expectativa del cumplimiento recíproco del pacto social por parte de sus pares, transfiere sus libertades (derechos) a un ser supremo, superior a cualquier parte en un conflicto, capaz de imponer el orden y resguardar las prerrogativas restantes.
En el contexto histórico en el que Hobbes escribió, los Estados modernos se fundaron sobre el imperio del poder, donde se instituyeron regímenes absolutistas, que intervinieron en las esferas privadas del hombre a cambio de asegurar la vida pacífica de cada ser humano.
El proceso histórico nos enseña que la evolución de cada forma de Estado estuvo siempre destinada a asegurar el orden y libertad de cada persona. El “Estado de Derecho” es una mera construcción de la clase burguesa, que mediante su actividad comercial, dotó de riquezas y progreso a cada nación. Los resabios del feudalismo, una clase honorífica en su momento, fue el primer germen parasitario, por cuanto no producían ingresos mas no se resignaban a perder sus comodidades. Bajo el amparo estatal absolutista comienzan las disputas por el poder, dividiendo las clases en formas que se conservan hasta la actualidad. En un extremo está el sector productor, que solo especula con un Estado que asegure no morir violentamente (piénsese en la razón de ser que tiene el castigo al homicidio doloso o culposo, al robo, al secuestro o a la amenaza)  y poseer la libertad para trabajar conforme su propia planificación (separación del hombre racional al animal que solo vive conforme su programación natural); en el otro extremo se encuentra un sector que vive del yugo paternalista del Estado desde la aparición del mismo.
América latina no se encuentra exenta a las realidades de una Europa pos medieval absolutista. Existe un Estado que monopoliza la fuerza de coacción como así también existe un sector privado que siempre asume los errores del sector público. Sin el sector privado, el sector público no tiene razón de ser; el pacto se resume en un sector que alimenta a otro a cambio de orden y seguridad. Sin orden efectivo no hay derecho, mas puede haber letra muerta que algunos llamen “ley” (basta observar qué derecho puede haber durante un conflicto bélico, tal cual sucede en Ucrania, Venezuela, Libia, Líbano, o demás naciones, donde quien no porta un arma está a la merced de otro hombre).
En la opinión del público se observa claramente la necesidad de un efectivo cumplimiento del pacto. Un sector privado presionado impositivamente soporta un Estado omnipresente que constantemente aumenta el gasto político. En verdad no asistimos a un Estado ausente, sino por demás intervencionista, que haciendo uso y abuso de una propaganda ideológica, voluntariamente se aparta de su obligación primordial de brindar justicia y orden.
El sector privado asiste a la necesidad de volver a un estado de guerra en la búsqueda de paz ante la inoperancia de funcionarios públicos. El sector público, principal responsable de la redistribución de ingresos, lejos de promover un Estado de Derecho independiente y alejado de las pasiones, toma un paradigma marxista para enfatizar el conflicto en las bases sociales.
Conti, Kicillof y Zannini son los grandes precursores de un Estado neocomunista, desmedido en el gasto público, ideologizado en el derecho y el discurso social, interventor en las relaciones privadas, omnipresente en cada sector social. Argentina se ve sumergida en un caos propio de todas las revoluciones totalitarias, donde los índices delictivos y el conflicto se ven potenciado por un grupo estatal que promulga el abolicionismo penal.
La República Argentina se ve tristemente sumergida en una enorme deuda social. Desde el año 2003, desaprovechando un panorama económico internacional favorable, paulatinamente se fue incrementando el gasto político mediante políticas asistencialistas nefastas. La actividad comercial se ha visto subsumida en la debacle propia de una inflación creciente y un régimen impositivo asfixiante. Se suma como agravante la sensación de anomia, donde cada individuo padece la incapacidad de la estructura social para brindarle seguridad jurídica.
Ese mítico Leviatán, ese Estado que monopolizó la fuerza, se transformó en un gusano parasitario, que bajo la excusa de monopolizar la solidaridad, transfirió los recursos y libertades del sector privado a un sector que desde la comodidad consume lo que el Estado paternalista le provee. Todo parásito consume hasta destruir, y ese el proceso que hoy enfrenta Argentina, ya que el desmanejo social y económico generado por burócratas de turno, ha promovido una recesión inminente. No existe en la actualidad seguridad social, jurídica ni económica, y en consecuencia vivimos un estado de guerra por cuanto no hay un ser supremo que garantice el orden y la libertad, sin someter al sector privado a una servidumbre que beneficie a una casta de terroristas.
(*)  Integra el área de estudios políticos-sociales del Centro de Estudios Libertad y Responsabilidad
FUENTE: Publicado en LIBRE Centro de Estudios Libertad y Responsabilidad-http://www.libertadyresponsabilidad.org/?p=894

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