lunes, 5 de mayo de 2014

INFLACIÓN Y CONTROL DE PRECIOS

La inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario y esta se contuvo solamente cuando se impidió que la cantidad de dinero continuara creciendo demasiado rápidamente.
Por Héctor Blas Trillo
Como hemos señalado muchísimas veces, la inflación es un fenómeno monetario y por lo tanto nada tiene que ver con la voracidad, la angurria o la avaricia de desalmados empresarios. Mucho menos con intentos desestabilizadores producto de turbias conjuras “destituyentes”.
La inflación es la suba generalizada de los precios como resultado del incremento de la masa monetaria más allá del crecimiento de la economía. Tan sencillo como eso.
Ni los márgenes de ganancia, ni las malas cadenas de distribución, ni la puja distributiva, ni la cadena de valor, ni ninguna combinación de todo ello producen inflación. Y una vez más explicaremos por qué.
Dada una cantidad de bienes y servicios y una consecuente cantidad de moneda en circulación, los precios de todos ellos alcanzan un punto de equilibrio que se sostiene a sí mismo. Las variaciones en los precios, en tales condiciones, se producen por muy diversas razones. Pueden ser éstas estacionales, avances tecnológicos, cambios de preferencias de parte del público, etc. Pero si la cantidad de moneda circulante no cambia, la suba de unos precios se complementa invariablemente con la baja de otros.
Cuando se demandan determinados bienes los precios de éstos tienden a subir. Pero como la demanda siempre está condicionada por la capacidad de compra y por la necesidad, siempre ocurre que demandar determinados bienes implica dejar de demandar otros. Si decidimos comprar agua mineral y dejar de comprar soda, la tendencia será a la suba del precio de la primera en detrimento del precio de la segunda. Invariable e inevitablemente.
Este simple ejemplo puede trasladarse sin temor alguno a toda la economía.
Los economistas profesionales diferencian y clasifican la inflación. Distinguen entre inflación de demanda e inflación de costos, por ejemplo. Pero la suba generalizada de los precios solamente se sostiene si aumenta la cantidad de moneda circulante. O en su defecto, si baja la cantidad de bienes y servicios que es posible adquirir porque se deteriora la producción y por consiguiente disminuye la oferta.
Estamos intentando describir el fenómeno inflacionario de manera que sea entendible para todo el mundo. Porque si hilamos fino tendríamos que observar la llamada velocidad de circulación de la moneda, el crédito, la evolución de los depósitos y un sinnúmero de cuestiones. Todas ellas, sin embargo, terminan en un punto: la cantidad de circulante en comparación con la cantidad de bienes y servicios disponibles. Si la evolución de una y de otros se mantiene en la misma proporción, habrá subas y bajas de precios relativos por las razones señaladas más arriba, pero no habrá inflación.
En nuestro país las innúmeras campañas de controles de precios han asumido diversas formas. Desde los recordados años 50 cuando desde el gobierno de entonces se llamaba a combatir el agio y la especulación denunciando al “comerciante deshonesto” , pasando por las diversas “campañas de abaratamiento”, las listas generalizadas de precios máximos, la “inflación cero” de José Ber Gelbard, las canastas navideñas, pascuales, escolares y un sinfín de etcéteras.
En el medio, recordamos emprendimientos de diversa índole, como el llamado “auto económico”, el “pan porteño” y las recientes campañas “para todos” surgidas del gobierno de Cristina Fernández de la mano del ex secretario Guillermo Moreno (carne para todos, pescado para todos, etc). Las invitaciones a comprar en el Mercado Central, los acuerdos de precios, el plan “mirar para cuidar” y el actual “precios cuidados”. Todo ello matizado con inspectores de todo color y calibre que “garanticen” a los consumidores los “precios justos”. Recordamos a vuelapluma cuando dentro del actual gobierno se dispuso que fueran los intendentes quienes controlaran los precios. O el más reciente envío de los “combatientes” de la organización denominada “La Cámpora” a revisar las góndolas de los supermercados.
Esto es apenas un brevísimo resumen de 70 años de controles de precios en la Argentina. Repetimos: 70 años.
Siempre recordamos en tiempos del Dr. Alfonsín las extensas listas de precios que incluían llamativas especificaciones, como por ejemplo diversos diámetros de los huevos de gallina, cada uno de ellos con precios diferentes.
Todo este vademécum de aseguramiento ante el fenómeno inflacionario no incluye, claro está, el factor determinante de que los precios suban: la emisión de moneda.
Cuando en los años 80 se gestó el llamado “plan austral” se intentó frenar la emisión de moneda aplicando un desagio a las deudas contraídas con anterioridad a la nueva moneda. Este desagio no fue más que una licuación de pasivos que afectó, como siempre ocurre con las devaluaciones, a los acreedores. Y favoreció a los deudores. Siendo el Estado por lejos el principal deudor, cada vez que se devalúa la moneda quien resulta más favorecido es el propio estado, que licua de ese modo sus deudas en pesos.
Así las cosas, en algo más de 20 años, entre 1970 y 1991, la moneda nacional perdió la friolera de 13 ceros. Un peso actual, vigente desde 1992, equivale a 10 billones de pesos moneda nacional del 31 de diciembre de 1969. Digámoslo en números: 10.000.000.000.000.
Es obvio que semejante pérdida de valor del peso argentino no puede deberse a ninguna de las causas que han argüido los diversos gobiernos a lo largo la historia. Ni especuladores, ni agiotistas, ni márgenes de ganancia, ni cadenas de distribución, ni cadenas de valor ni ninguna otra causa atribuible a las condiciones de la oferta y la demanda pueden haber provocado semejante descalabro monetario. La causa ha sido (y sigue siendo) la emisión descontrolada de moneda por parte del Estado para poder afrontar los desequilibrios en las cuentas públicas. Dicho de otro modo: dado que el Estado gasta por encima de lo que recauda, financia la diferencia con emisión de moneda, con lo cual quita valor a la moneda en poder del público, cobrándose así el impuesto más injusto de todos: el impuesto inflacionario.
Y nosotros volvemos a insistir con este tema porque seguimos observando, casi con curiosidad, que el actual gobierno no ha mencionado siquiera el origen de problema. Si escuchamos o leemos los dichos del ministro de economía, del secretario de comercio, o de la propia presidenta de la República, veremos que ni por asomo se menciona la emisión de moneda sin respaldo para afrontar el creciente déficit fiscal como causa de la inflación. No sólo eso, sino que la palabra “inflación” aparece como prohibida en el discurso oficial. Es llamativo oir al ministro buscar rodeos y eufemismos diversos para evitar utilizar la palabra maldita: inflación.
Y como detalle casi anecdótico, podemos ver que el gobierno se niega a emitir billetes de mayor valor, en una suerte de negación freudiana, que pareciera querer significar que en realidad la moneda no pierde valor de manera acelerada, sino que se trata de una conjura que será desbaratada mediante el actual recurso de los “precios cuidados”.
Y precisamente, el plan de “precios cuidados” cuenta hoy con toda la fuerza política del gobierno para llevarlo adelante. Fabricantes y supermercadistas se ven obligados a ingresar en este plan, en parte por la indispensable necesidad de hacer “buena letra”, en parte porque nadie quiere ser el insensible que no “colabora” y en buena medida por razones de conveniencia política e incluso comercial, dado que los productos con precios “cuidados” se vuelven más populares y requeridos, logrando de ese modo una publicidad cuyo costo, claro está, se paga mediante la resignación del precio.
Pero el problema de fondo, esto es, el problema monetario que origina la inflación, sigue absolutamente intacto.
Por eso, la demanda de bienes con precios “cuidados” aumenta de manera sostenida en detrimento de los bienes que no están en esa situación. Esto provoca escasez de los primeros, quejas del público y nuevamente se vuelve a cargar las tintas sobre los empresarios desestabilizadores que al parecer a propósito hacen desaparecer los productos incluidos en el plan.
La realidad es que el incremento de la demanda por encima de las posibilidades de producción, o el simple hecho de que no es rentable incrementar la producción de bienes cuyo precio de venta no arroja ganancia, hace inviable en el tiempo cualquier plan de este tipo.
Mientras el Estado sigue inyectando moneda y presiona sobre todos los precios, el mismo Estado pretende limitar la suba de precios de 300 productos sobre miles. El sinsentido es evidente.
No queremos volcar en este comentario opiniones políticas, pero es bueno recordar que los problemas energéticos que hoy tiene el país, tienen su origen en el sostenimiento de precios (o tarifas) muy bajos a lo largo de varios años, lo cual produjo un exceso de consumo y un desaliento de la producción (por los precios no rentables, justamente). Mientras el jefe de gabinete le pide a los empresarios “que no suban los precios” sigue su rauda carrera el precio de las naftas o se anuncian quitas de subsidios que originan incrementos de hasta el 500% en las cuentas de gas y agua.
Vamos a terminar este comentario recordando a un economista tan reconocido como odiado por diversas razones, pero que nos parece que apunta al nudo gordiano de la cuestión bajo análisis: “puede que los empresarios sean voraces, los sindicatos ambiciosos, los consumidores despilfarradores, los jeques árabes hagan subir el precio del petróleo y las condiciones meteorológicas a menudo sean malas. Todo esto puede conducir a aumentos de precios de bienes individuales, pero no puede llevar a un incremento general de los precios de los productos. Pueden provocar una suba temporal de la tasa de inflación, pero no pueden ser la causa de una inflación continua por una razón muy simple: ninguno de estos aparentes culpables posee la máquina de imprimir estos trozos de papel que llevamos en nuestros bolsillos”. La inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario y esta se contuvo solamente cuando se impidió que la cantidad de dinero continuara creciendo demasiado rápidamente; y este remedio resultó eficaz, se hubieran adoptado o no otro tipo de medidas”.
¿Alguna vez nuestros gobernantes tomarán en consideración la cuestión de la emisión de moneda, o seguirán eternamente intentando inútilmente fijar los precios?
Fuente: www.hectorblastrillo.blogspot.com
ENVIADO POR PREGÓN AGROPECUARIO  http://www.pregonagropecuario.com/cat.php?txt=5243#OSzrj4OKEaxtKjZ6.99

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