lunes, 19 de mayo de 2014

LA ENCRUCIJADA

Las razones que esgrime Fábrega son absolutamente racionales y pueden leerse en cualquier manual básico de economía y finanzas; mientras que las argumentaciones que podamos extraer de entre los insultos, del ministro Kicillof, no resultan racionales y más bien parecen propias de una estudiantina.
Por: Héctor Blas Trillo
Cuando las cosas no marchan bien, los trascendidos y rumores ocupan más que nunca el espacio inmenso que deja el llamado “secretismo”.
Al parecer, el presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, y el ministro de economía Axel Kicillof mantienen serias discusiones acerca del rumbo a seguir en materia monetaria y fiscal.
Por un lado, Fábrega subió las tasas de interés para frenar de ese modo la escalada del dólar. La fijación de tasas elevadas y la colocación de Lebacs para “secar” la plaza dieron resultado hasta ahora: el dólar se mantuvo en torno de los 8 pesos.
Pero como siempre, en materia económica se puede hacer cualquier cosa pero no evitar las consecuencias. Las altas tasas hicieron más conveniente quedarse en pesos para hacer la diferencia con el dólar “planchado”. Así, se tranquilizó la demanda de moneda extranjera, y junto con la liquidación de divisas provenientes de la exportación de la cosecha gruesa, y la orden dada a los bancos de que liquiden activos en dólares por encima del 30% del patrimonio dieron su resultado.
Incluso el mecanismo elegido permitió morigerar la escalada inflacionaria, pese a que los consultores privados dicen que la suba de precios en abril superó largamente el 2%, contra el 1,8 concedido por el INDEC.
Claro, todo esto no es gratis. Nada es gratis. Y la consecuencia indeseada es el “parate” económico, que de todas formas ya venía aconteciendo. A los problemas originados por las trabas en la importación de insumos, el impuestazo a los automóviles, la pérdida de poder adquisitivo por la suba de los precios y otras cuestiones; se le agregó ahora una tasa de interés que resulta prohibitiva para quien necesite tomar algún tipo de crédito. Nadie se endeuda, nadie paga si no cuenta con el dinero en el banco, muchos prefieren quedarse en depósitos a plazo fijo y no consumen. El único gran acaparador de fondos es el propio Estado. Pero el Estado lo único que hace es seguir gastando demás, como ya lo hacía. Quizás un poco más que antes, pero en términos generales la desaceleración de la economía está vinculada esencialmente con el parate de la actividad privada. Construcción, industria automotriz, industria en general. El freno ha sido puesto y quitarlo no es sencillo.
Así las cosas, parece que el ministro de economía ha puesto el grito en el cielo. Tal vez porque él piensa en serio que la inflación se para con los “precios cuidados” y la increíble acumulación de datos de costos, márgenes, precios de venta, descuentos y demás yerbas que acumula en sus computadoras el secretario de comercio Agustín Costa. O quizás porque cree que se trata de una enésima conspiración de los eternos “destituyentes” que una vez más se agazapan a la espera del zarpazo final contra el exitoso gobierno cristinista. Bueno, al menos es lo que imaginamos que puede pasar por su mente. Porque en la práctica no lo sabemos.
El muchacho se muestra cada día más agresivo y no es su especialidad contestar preguntas, siguiendo tal vez la escuela de sus jefes. Días pasados, como comentamos, el banquero Brito sufrió las consecuencias por hacer declaraciones “imprudentes” afirmando que nos encaminamos a una nueva devaluación. A su vez, el ministro lanzó que de ninguna manera puede ajustarse el mínimo no imponible de Ganancias porque el Estado necesita los recursos. Increíblemente dijo que tal mínimo está en los $ 15.000 y que nadie de cuarta categoría paga ese impuesto si gana menos que esa cifra, lo cual es falso. Los autónomos o los empleados contratados luego del 31 de agosto de 2013, siguen pagando ese impuesto. Y lo mismo ocurre con los monotributistas, ya que la gabela de ese régimen sustituye al IVA y al susodicho impuesto a las Ganancias. Es decir que un monotributista que tiene un ingreso bruto de $ 4.000 por mes, PAGA un monto fijo que sustituye el impuesto a las ganancias y al valor agregado, como lo dice la propia ley.
Tal vez, la desesperación, o la desesperanza, ha comenzado a mellar el discurso de este ministro tan atípico. Y no nos referimos a su vestimenta, tema absolutamente menor y que al menos para nosotros carece de importancia.
Porque acá el tema de fondo es que el gobierno no está haciendo absolutamente nada por el lado del gasto, excepto tal vez el posible recorte en los subsidios, cuestión que se da de bruces con el pensamiento ministerial sobre que la reducción del gasto público es en realidad una “obsesión de la derecha”. Si el enorme gasto público, que genera una galopante emisión de moneda, no produce inflación, porque ésta es producida por empresarios vivillos, entonces para qué bajar subsidios y por lo tanto reducir el gasto, ¿no?
Es más, el mundo entero debería aprender de nosotros, como tantas veces lo ha señalado la presidenta de la Nación.
Lo cierto es que tenemos una economía superregulada y superintervenida. Se desarrollaron increíbles criterios de control que entre otras cosas generan enormes arbitrariedades; entre ellas la decisión a dedo de quién puede importar y quién no, con la consabida secuela de corruptelas y posibles cohechos por poner “el gancho” y autorizar lo que la mismísima Constitución dice que no puede limitarse: la libertad de comerciar.
Pero bueno, volviendo al comienzo; el ministro y el banquero están al parecer enfrentados. Uno sabe que si suelta la piola el dólar se va a las nubes, las reservas caen rápidamente y la inflación se acelera; el otro piensa que la culpa es de los supermercadistas y los agoreros. No hace falta aclarar que las razones que esgrime Fábrega son absolutamente racionales y pueden leerse en cualquier manual básico de economía y finanzas; mientras que las argumentaciones que podamos extraer de entre los insultos, del ministro Kicillof, no resultan racionales y más bien parecen propias de una estudiantina. Pero, claro, como siempre, la que manda es la señora de Kirchner. Y para ella el ministro es “un genio”, según dicen que dice.
Entonces, es obvio que estamos en una encrucijada y que el final parece ser bastante obvio. Fábrega no va querer tirar por la borda su extensísima carrera y su prestigio aceptando lo que el ministro quiera hacer con el Banco Central. El mandato teórico como presidente de la institución monetaria es por seis años. Y si pretende durar ese tiempo sin ser eyectado como lo han sido sus antecesores (Prat Gay, Redrado, etc) violando la carta orgánica que a nadie seriamente parece interesar; debería Fábrega aceptar al menos en parte lo que postula el ministro. Y si lo hace, debería poder mantener un equilibrio que no existe. La encrucijada es evidente.
De momento, el banquero ha optado por “deslizar” el tipo de cambio. Ha iniciado el derrotero al estilo de la “tablita”, cada día unos centavos. Pero este camino producirá que quienes se quedaron en pesos al 30%, empiecen más bien rápidamente a volver a los dólares, presionando su cotización, como ya está ocurriendo.
El futuro no es lejano. La discusión terminará más temprano que tarde. Y la realidad se cernirá sobre las cabezas y los bolsillos de todos nosotros.
ENVIADO POR PREGÓN AGROPECUARIO http://www.pregonagropecuario.com/cat.php?txt=5291#wmEF1QIZJkMekL4M.99

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