jueves, 31 de julio de 2014

El Impuesto y los pobres

Por el Dr. Aníbal Hardy(*)
La pobreza es la lepra de la democracia. Es la marca indeleble que han dejado los últimos modelos aplicados en la Argentina. La pobreza, como la lepra, desmiente que todos los argentinos somos saludables, derechos y muy humanos. La pobreza siempre fue y será fea, sucia, mala. Los discursos actuales de la lucha contra la miseria no es en modo alguno, la preocupación por los pobres, apenas se las rebautiza, por piedad de los funcionarios, como “jefas y jefes de hogar”. Esta misma ayuda social, que supuestamente debería enfrentar, paliar, atemperar al terrible flagelo, está impregnada de otros mecanismos sustitutivos para sostener y ampliar poder mirando bien a quien.
La pobreza tiene muchos daños que no son colaterales, sino absolutamente centrales. El hambre, es uno de ellos. La pobreza sostiene apenas vivo a un compatriota, pero la exclusión es una sentencia de muerte, es una forma de pobreza total, absoluta. Pobreza final. Es una forma de exterminio silencioso.
Desde el más ignoto gobernante del interior hasta los Gordos de la CGT, el deseo del “Estado-Sujeto” es ser generoso con dineros ajenos. Paradoja total: los mismos burócratas que reinan en la columna vertebral del movimiento obrero organizado, han sido bautizados hace décadas como “los gordos”. Obviamente, no es justamente hambre lo que tienen. No es justamente el hambre lo que podrían llegar a entender. No es justamente el hambre lo que les puede llegar a importar. Ellos permiten que los supuestos beneficiarios del asistencialismo, sean los que paguen mediante impuestos distorsivos al consumo necesario, la ayuda que luego recibirán como dádivas generosas a cambio del voto.
Por eso la lucha contra la pobreza es en el mejor de los casos ingenua, y en el peor de los casos de un cinismo total. El gran tributo argentino sigue siendo el IVA de un insoportable 21% para la canasta familiar. Esta inequidad del sistema tributario asegura la permanente distribución de la pobreza. De seguir así, la esperanza del pobre no se encuentra en las urnas de la democracia.
En 1215, los terratenientes ingleses derrotaron al rey Juan Sin Tierra, y éste debió otorgar la Carta Magna, con la promesa de que no habría nuevos impuestos sin la participación de los contribuyentes. En América del Norte, los impuestos británicos al té desencadenaron la guerra de la independencia. Años después, en 1810 motivados por impulsos similares y el libre comercio, los criollos iniciaban las luchas por la emancipación. Pasados 200 años, es ingenuo el argumento que los impuestos tienden a defender la mesa de los pobres, cuando los argentinos saben que los dineros públicos se usan para costear los banquetes de los gobernantes populistas y los derroches de los caudillos que se enriquecen en la función estatal.
En la Argentina actual la pobreza-lepra tiene sus propios leprosarios, que algunos llaman villas, donde no faltan los festivales, los comedores, los sorteos de la quiniela oficial que beneficia a los carenciados, débitos automáticos para dar muy poco, repartir electrodomésticos que solo sirven para aplacar la conciencia de los que están en el poder. Además la maldita maldad de la necesidad engendra a diferentes dirigentes, súper héroes del choripán y del mate cocido.
Crecemos a tasas chinas, pero el tema delsuperavit y el crecimiento es como del derrame de la copa. Mientras que de las copas de los gobernantes y empresarios amigos desborda el champán, en los vasos plásticos de los pobres gotea el tetra.
Si algo es manipulable, son los números y las palabras, por eso en nuestro país, las estadísticas (INDEC) son la fuente de toda razón y justicia. Pero lo menos manipulable es el sufrimiento, la desesperación, la angustia y el terror de millones de personas que no saben de porcentajes, tampoco si están en la pobreza, en la indigencia, o acaso ya en la exclusión.
Pese a esta extrema desesperación, la honradez del pobre es la tranquilidad de los gobernantes. Honradez, que es la mansedumbre del indigente, que lo hace sentir y pensar que la pobreza es culpa propia. Cuando los verdaderos culpables son los fabricantes de pobreza, verdaderos simuladores de abundancia, legitimados por la democracia representativa, pero deslegitimados por la cotidianeidad visible del desgarro de la pobreza.
(*) Abogado - Desde Formosa
ENVIADO POR SU AUTOR

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