miércoles, 6 de mayo de 2015

Historias imprescindibles de la bolsa y los mercados: la psicología de masas

Por MARC GARRIGASAIT
En el mundo de las bolsas y mercados financieros, la práctica totalidad de los informes, cartas, documentos, manuales y libros relatan la matemática, la estadística, el análisis de los gráficos, los cálculos de rentabilidades y riesgo, los análisis de balances, la macroeconomía o la estrategia empresarial aplicada a las empresas cotizadas. Siempre he echado en falta manuales que ayuden a entender la psicología del inversor, sus sentimientos y las motivaciones que los llevan a creer hoy que una acción está cara a 150 y en cambio barata a 220 tan solo unos meses o trimestres más tarde. En el campo de la psicología se ha estudiado en profundidad la personal, individual. En cambio la psicología de masas es la gran olvidada. El gran André Kostolany citaba continuamente la importancia de la psicología en la evolución de las cotizaciones bursátiles.
Uno de los poquísimos libros clásicos sobre psicología de masas fue escrito por el psicólogo francés Gustave Le Bon (1841-1931). Psicología de las masas fue publicado en el año 1895. Su autor era también un sociólogo, antropólogo y físico aficionado.
Obviamente, Le Bon no escribió un tratado de bolsa ni de mercados financieros, pero los que nos dedicamos a ello podemos releer su libro pensando en los acontecimientos actuales e históricos. Os adjunto algunos pasajes del libro. Como veréis, cada persona puede interpretarlos e identificarlos a su trabajo, a su comunidad, a su ciudad, a su sector empresarial etc.
Capítulo III: Los conductores de masas
Desde el momento en que se reúnen cierto número de seres vivos, ya se trate de una manada de animales o de una multitud de hombres, se sitúan instintivamente bajo la autoridad de un jefe, es decir, de un conductor o líder… La masa es un rebaño que no sabría carecer de amo. El líder es en primer término, la mayoría de las veces, un sujeto hipnotizado por la idea de la cual se ha convertido en apóstol. Generalmente, los conductores de masas no son hombres de pensamiento, sino de acción. Son poco clarividentes y no pueden serlo, ya que la clarividencia conduce generalmente a la duda y la inacción. Se reclutan sobre todo entre aquellos neuróticos, excitados y semialienados que se hallan al borde de la locura... La multitud escucha siempre al hombre dotado de una fuerte voluntad. Ya que los individuos reunidos en masa pierden toda voluntad, se tornan instintivamente hacía aquel que la posee.
Los pueblos jamás han carecido de líderes; pero no todos poseen las fuertes convicciones que los convierten en apóstoles. Son con frecuencia oradores hábiles que no persiguen más que sus intereses personales... La influencia que ejercen siempre de este modo es efímera.
En toda esfera social, desde la más alta hasta la más baja, en cuanto el hombre no está aislado cae muy pronto bajo el dominio de un líder. Los conductores de masas tienden hoy en día a sustituir progresivamente a los poderes públicos, a medida que estos permiten que se les discuta y debilite (os recuerdo que es un libro escrito en Francia en 1895, aunque os parezca muy aplicable a la situación actual en cualquier país occidental). Si, a consecuencia de un accidente desaparece el líder y no es inmediatamente sustituido, la masa se convierte en una colectividad sin cohesión ni resistencia.

Dentro de la clase de los líderes puede establecerse una división bastante estricta. En unos se trata de sujetos enérgicos, de fuerte voluntad, pero momentánea; otros, mucho más escasos, poseen una voluntad que es a la vez fuerte y persistente. Los primeros se muestran violentos, bravos, osados. Son útiles para dirigir un golpe de mano, arrastrar a las masas a pesar del peligro y transformar en héroes a reclutas recientes (Le Bon cita como ejemplos a Ney y Murat, en el imperio de Napoleón I, o a Garibaldi, un aventurero sin talento, pero energético, según él). La energía de estos líderes es potente, pero no es más que momentánea. Estos líderes no pueden ejercer su función sino a condición de ser ellos mismos dirigidos y animados sin cesar, de sentir siempre, por encima de ellos, un hombre o una idea, de seguir una línea de conducta bien trazada.
La segunda categoría de líderes, la de sujetos de voluntad persistente, ejerce una influencia mucho más considerable, a pesar de ser menos brillantes. Dentro de esta categoría se encuentran los auténticos fundadores de religiones o de grandes obras: San Pablo, Mahoma, Cristóbal Colon, Lesseps. Ya sean inteligentes o de dotes limitadas, ello no importa, el mundo será siempre suyo. La persistente voluntad que poseen es una facultad sumamente rara y potente, que doblega todo. No siempre nos damos perfecta cuenta de lo que puede una voluntad fuerte y continua. Nada se le resiste, ni la naturaleza, ni los dioses, ni los hombres. El más reciente ejemplo nos lo ha proporcionado el ilustre ingeniero que ha separado dos mundos (se refiere a Ferdinand de Lesseps) y ha llevado a cabo la tarea intentada inútilmente desde hace tres mil años por tantos grandes soberanos. Más tarde fracasó en una empresa idéntica, pero había sobrevenido la vejez y ante ella todo se extingue, incluso la voluntad.
Medios de acción de los líderes: la afirmación la repetición, el contagio.
Cuando se trata de arrastrar a una masa por un instante y hacerla que cometa un acto cualquiera hay que actuar mediante sugestiones rápidas. La más enérgica es el ejemplo.
Cuando se trata de hacer penetrar lentamente ideas y creencias en el espíritu de las masas –las teorías sociales modernas, por ejemplo– son diferentes los métodos de los líderes. Recurren principalmente a los tres procedimientos siguientes: afirmación, repetición, contagio. La acción de los mismos es bastante lenta, pero los efectos son duraderos. La afirmación pura y simple desprovista de todo razonamiento y de toda prueba constituye un medio seguro para hacer penetrar una idea en el espíritu de las masas. Cuanto más concisa sea la afirmación, cuanto más desprovista de pruebas y demostración, tanta más autoridad posee. Los libros religiosos y los códigos de todas las épocas han procedido siempre mediante simples afirmaciones.
Sin embargo, esta última no adquiere influencia auténtica sino a condición de ser constantemente repetida y, lo más posible, en los mismos términos. Napoleón decía que no existe en retórica más que una figura sería: la repetición. (Hitler no había nacido aún, pero podría suscribir totalmente esta misma estrategia).
Aquello que se repite concluye, en efecto, por incrustarse en las regiones profundas del inconsciente en donde se elaboran los motivos de nuestros actos. Al cabo de cierto tiempo, olvidando quién es el autor de la aserción repetida, terminamos por creerla.
Cuando una afirmación ha sido suficientemente repetida, con unanimidad en la repetición (...) se constituye aquello que se llama una corriente de opinión e interviene el potente mecanismo del contagio. En las masas, las ideas, los sentimientos, las emociones, las creencias, poseen un poder contagioso tan intenso como el de los microbios (...). El contagio de las emociones explica lo repentinos que son los pánicos.
De modo similar a los animales, el hombre es imitador por naturaleza. La imitación constituye para él una necesidad, a condición por supuesto que dicha imitación sea fácil; de esta necesidad nace la influencia de la moda. A las masas se las guía con modelos, no con argumentos. En cada época, un número reducido de individualidades imponen su acción, que la masa inconscientemente imita…..Por este motivo, los hombres demasiado superiores a su época no ejercen, por lo general, influencia alguna sobre la misma.
Las opiniones y creencias se propagan mediante el mecanismo del contagio, y muy poco, sin embargo, por el del razonamiento.
Fuente: http://blogs.elconfidencial.com/mercados/el-abrazo-del-koala/2015-05-06/historias-imprescindibles-de-la-bolsa-y-los-mercados-la-psicologia-de-masas_788466/?utm_source=www.elconfidencial.com&utm_medium=email&utm_campaign=Boletines+ElConfi

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