jueves, 16 de junio de 2016

Argentina: un país inviable

A pocos metros de la oficina donde trabajo abrió una nueva hamburguesería. Por esta zona, los locales de este tipo parecen estar de moda. Además, siempre se acude a la refacción de una casa antigua, lo que da cierto aire especial, mezclando lo tradicional con lo moderno.
Tratándose de una casa antigua que se desea refaccionar, me imagino los debates que puede haber entre los emprendedores avocados al proyecto. Seguramente en el inmueble hay humedad, caños viejos que deben cambiarse, no funciona el sistema de calefacción, no hay aire acondicionado, y muchas paredes deben tirarse abajo.
Obviamente, nadie duda de que estas cosas deban resolverse, pero es probable que entre los socios haya disidencias. Alguno puede decir que no quiere derribar tal pared porque le gusta como está. Otro podrá argumentar que es mejor no cambiar los caños de agua para ahorrarse la inversión, y también podría haber desencuentros sobre qué tipo de aire acondicionado instalar.
Ahora bien, una cosa es clara, si en cada uno de estos temas, los socios no logran ponerse de acuerdo, el proyecto será inviable y la inversión hecha en la compra de la casa habrá sido un desperdicio.
Algo similar sucede en nuestro país.
Durante la mitad del período kirchnerista de gobierno, las cuentas públicas mostraron números rojos. El déficit fiscal creció y llegó a un insostenible nivel de 7% del PBI en 2015. Como hubo que financiar el agujero con emisión monetaria, la inflación alcanzó los niveles más altos del ránking mundial. Para colmo de males, nuestra economía se cerró al comercio y el discurso del gobierno se alineó más con el de Venezuela que con el de los países que progresan en el mundo.
Los resultados fueron lamentables: 2,3 millones de personas cayeron en la pobreza durante el último mandato de Cristina Fernández de Kirchner. Además, según un reciente estudio, los argentinos éramos en 2014 más pobres que en 1998 gracias a la devaluación del peso y un crecimiento económico muy inferior al publicado por el INDEC.
Como en el caso de la casa antigua que necesita transformarse en un restaurante, es evidente que la economía Argentina debe cambiar. Sin embargo, al igual que en el ejemplo gastronómico, estamos ante el riesgo de convertirnos en un país inviable. Veamos por qué.
En primer lugar, el propio gobierno anunció que, para evitar costos sociales y políticos, los cambios se harían de manera gradual, reduciendo el gasto público solo 2 puntos del PBI, cuando durante el kirchnerismo este creció nada menos que 20. Cuanto más gradual sea el cambio, más tiempo llevará resolver los problemas.
Ahora eso no es todo, porque incluso frente a los anuncios de cambio que efectivamente ocurrieron, la reacción en contra fue vehemente.
Ante la gradual reducción de los subsidios energéticos, que impactan de lleno en las tarifas que se pagan por servicios como la luz y el gas, el gobierno no solo encontró la protesta de los gobernadores, sino que en muchos casos la justicia determinó frenar los ajustes.
Por si esto fuera poco, un sinnúmero de dirigentes empresariales salió a criticar la medida por “brutal”, cuando en países vecinos, los empresarios operan con normalidad pagando tarifas que pueden llegar a ser entre 2,6 (Chile) y 4,5 (España) veces más onerosas.
Otra de las reformas necesarias es la reducción de la plantilla estatal, comenzando por la salida de los 200.000 empleados ñoquis que se estima que trabajan en el gobierno. Sin embargo, luego de numerosas manifestaciones y críticas recibidas, el Ministro de Modernización anunció que el total de contratos no renovados ascendió solamente a 10.900. Sólo un 5,5% de los ñoquis y un 0,3% del total de empleados del estado.
Encima, el gremio de Hugo Moyano amenaza con una huelga general si no recibe un incremento del 42% de los sueldos en la paritaria, y los empresarios PYME protestan, ayudados por algunos periodistas, frente a la supuesta ola de importaciones que podría llegar al país si el gobierno avanza en una necesaria mayor apertura comercial.
El gobierno tomó nota de estas cosas y, para quedar bien políticamente, anunció aumentos en las jubilaciones, en los salarios docentes, y accedió a frenar el ajuste tanto en las tarifas como en la reforma del sector público. Más allá del análisis puntual de cada decisión, lo innegable es que todas ellas llevarán a un mayor déficit fiscal del originalmente planeado.
Es decir, más del mismo problema que nos trajo hasta acá en primer lugar.
Nuestro país ya probó con la receta fracasada del intervencionismo populista.En los últimos 20 años, el déficit fiscal financiado con emisión monetaria o deuda no sirvió para mejorar la calidad de vida de los argentinos. Sin embargo, una vez que un gobierno propone cambiar de rumbo, aunque sea de manera tenue, la resistencia mostrada es feroz.
Esperemos que esto cambie pronto, ya que de lo contrario estaremos, sin duda, ante un país inviable. Y las consecuencias de esta inviabilidad serán mucho peores que las de la casa de hamburguesas de nuestro ejemplo inicial.
Iván. Desde Inversor Global 

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