miércoles, 26 de octubre de 2016

En el remedio está el veneno

Mostrando minich eduardo.jpgPor Eduardo Minich
“muéstrame un hombre sin ilusiones y te mostraré un hombre muerto”
(estrofas de una canción, en la voz de Frank Sinatra, de una vieja película americana)

Hace más de veinte años, cuando desde la Fundación de la Cámara de Comercio llevábamos adelante la tarea de formación de dirigentes, un profesor lanzó esta sentencia: “en el futuro no va a haber más empleo, lo que va a haber es trabajo…”
Les tengo una mala noticia: El futuro es ahora.
Días pasados, viendo el programa ‘Conversatorio’, un entrevistado (Santiago Bilinkis) puso blanco sobre negro al exponer que en los próximos veinte años desaparecerán las dos terceras partes de los trabajos que hoy conocemos.
Vaticinó asimismo que, por ejemplo: dentro de cinco años no habrá más taxistas, ni colectiveros, no conductores de camiones… Los taxis, camiones y colectivos seguirán funcionando, pero se manejarán solos. Tesla (y algunas automotrices) ya están experimentando con vehículos que se conducen por sí mismos manejados por computadoras. Salen, transportan de un punto a otro, no chocan… sin que nadie los conduzca.
Muchas otras actividades, ya hoy, no requieren del trabajo humano. En las automotrices ninguna soldadura, ni trabajo de pintura ni muchas otras tareas requieren de la mano del hombre: los realizan robots. En los bancos, cada vez hay menos gente trabajando y menos colas en los cajeros humanos…
El mundo conocido ha estado en constante evolución y cambio. “Lo único permanente es el cambio” es una reflexión que algunos le atribuyen a Pericles (siglo V AC). Esto es una realidad incontrastable, con una diferencia sustancial: los cambios se producen cada vez con mayor velocidad. Podríamos decir que estamos envueltos en una ‘vorágine’ de cambios.
Las consecuencias están a la vista aunque muchos se resistan ante la evidencia. La disyuntiva hoy es: o nos adaptamos al cambio o estamos afuera. “Cambio o fuera” puede resultar la síntesis.
La realidad es que los avances tecnológicos siempre han sido (siguen siéndolo) resistidos. Todo cambio genera inseguridad pero también, indudablemente, ha mejorado sensiblemente las condiciones de vida (dentro del trabajo y fuera de él).
Llegamos así a la actualidad –voy a referirme a la nuestra- gente pugnando por trabajo, quienes tendrían posibilidades se muestran reacios a tomar personal y quienes tienen el privilegio de tener un trabajo, en muchos casos, no lo cuidan ni lo valoran.
Enunciadas ya las previsiones en cuanto al futuro del trabajo cabe preguntarnos ¿Qué nos está pasando? El avance tecnológico dejará a mucha gente ‘fuera del mundo’. ¿Cómo podemos mejorar las condiciones para que haya más gente que tenga oportunidades? ¿Qué harán las generaciones que pugnan por tener una oportunidad? ¿Qué sucederá con las personas mayores de 50 años que son expulsadas de su trabajo (algo que sucede cada día con mayor frecuencia)?
Estos y muchos otros interrogantes tenemos la obligación de plantearlos para poder esbozar apenas unas pocas respuestas.
Miremos a nuestro alrededor y veamos qué sucede: Un equipo de siembra agrícola viene cada vez con mayor tecnología, ello requiere que quien aspire a manejarlo, deba necesariamente capacitarse.
Los que estamos frente a los medios de comunicación tenemos la imperiosa necesidad de tratar de entender qué es lo que está sucediendo, para tratar de subirnos a un tren que viaja a toda velocidad, pasa una sola vez por cada estación y no vuelve (nunca). Sólo un par de ejemplos.
Asumida la necesidad de entender que esto está pasando, prestando atención a que debemos capacitarnos en forma permanente para tener alguna oportunidad, cabe preguntarnos qué otra cosa debiéramos hacer.
Vemos con preocupación que ‘el populismo’ ha instalado la idea de que los privilegios son derechos, que las obligaciones no existen, que la ley es para que la respeten ‘los otros’ y que el trabajo es un derecho divino que, al igual que a los israelitas en el desierto cae como una especie de maná y que además es inagotable. Podría agregar que se cree que los demás tienen obligación de trabajar para mantener a los que no lo hacen.
¿Por qué nadie quiere tomar más empleados?
Otra mala noticia: ¡no es así! Asignémonos la tarea de recorrer muchos talleres, comercios o empresas y preguntarles ¿por qué no toman más empleados?
No creo equivocarme en la respuesta que recibiremos: ¡Ni loco! ¡Hago lo que puedo! ¡No quiero más problemas…!
Esta respuesta es consecuencia de algo ¿o alguien cree que es puro egoísmo, que es mezquindad? Yo creo que no.
Hace 70 años el populismo, con el argumento (válido en ese entonces) de proteger a los más débiles, instauró condiciones en las que los derechos sólo están del lado del empleado y de que el empleador pasó a ser un tipo deleznable que toma gente para explotarla, de puro perverso nada más. “Mañana san Perón que trabaje el patrón” es una frase proferida por “el General” que puede resumir esa idea.
¿Cuáles son las consecuencias que hoy nos preocupan? Existen dos frentes que avanzan en el mismo sentido: los adelantos tecnológicos y las condiciones y costos laborales que, en apariencia protegen a quienes tienen trabajo pero que constituyen una barrera (casi infranqueable) para conseguirlo a quienes no lo tienen.
Ambas son cuestiones a considerar y a abordar. La primera, ‘sacudiéndonos la modorra’ y ‘bajándonos del burro’ creyendo que lo sabemos todo y ponernos de inmediato a aprender nuevas cosas para no quedarnos afuera.
La segunda, empezar a preguntarnos qué cosas hay que tener en cuenta para que aquellos, que tienen espíritu emprendedor, ‘vuelvan a entusiasmarse’ y sientan que lo que hacen ‘tiene sentido’ y que, a consecuencia de ello, se decidan a invertir y a partir de allí, darle oportunidades de trabajo a más personas, en un mundo donde va a ser cada vez más difícil conseguirlo.
Yendo un poco a las conclusiones de esta columna podría referirme a lo que tuve oportunidad de presenciar con mis propios ojos en las comunidades de aborígenes. “Hombres sin ilusiones, hombres literalmente muertos”.
La otra conclusión es tenemos leyes que desalientan a todo aquél que tiene vocación de hacer porque siente que los derechos están siempre de un solo lado, que los costos laborales (parasitarios) son altísimos, que la industria del juicio está a la orden del día y que la poca valorización del aporte que hacen los emprendedores, desestimula y quita las ‘ganas de hacer’. Las leyes y costos laborales están excesivamente desbalanceadas y ‘el veneno está dentro del remedio’ que se quiso aplicar con ellas para proteger a los trabajadores.
En cuanto al primer ejemplo, el de los aborígenes, podría asegurar (porque lo que he visto y he hablado con ellos) que las razones de verlos sin esperanzas, se las puede encontrar en que nadie les dijo la verdad en cuanto a que, la realidad que ellos vivieron (y que esperan que vuelva), no existe más.
Es la razón por la cual están aguardando un tren que pasó (hace mucho tiempo) y ya no volverá. Por eso se los ve como “hombres sin esperanzas. Hombres muertos”.
Es también quizá el destino que nos espera, si no somos capaces de preparar nuestro equipaje para pararnos en el andén de ese tren, que pasará una sola vez, para intentar tener la oportunidad de subirnos a él.
Eduardo Minich - Director de Nuevo Día  - www.nuevodiadigital .com
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