lunes, 15 de mayo de 2017

La presión de ingresos brutos se duplicó en dos décadas

El Impuesto a los Ingresos Brutos es un factor de decadencia. Pero resulta políticamente muy atractivo porque la ciudadanía no percibe su incidencia y es de muy fácil recaudación ya que la mayor parte ingresa por adelantado a través de un complejo sistema de retenciones y percepciones que azota administrativamente a los contribuyentes. Los pronunciamientos de la Corte contra el impuesto y el próximo vencimiento del Impuesto al Cheque son una oportunidad para acordar una reforma al IVA en la que se absorba a Ingresos Brutos.
La Corte Suprema ha fallado varias veces en contra de la práctica muy extendida de aplicar alícuotas del Impuesto a los Ingresos Brutos más altas a las industrias que fabrican fuera del territorio provincial que a aquellas que lo hacen en su jurisdicción. Se trata de una decisión de alto impacto, especialmente para las provincias más grandes donde estas “aduanas interiores” son una importante fuente de recaudación.
Los fallos se dan en el contexto de un intenso y generalizado crecimiento del gasto público. En el caso de las provincias, según datos del Ministerio de Hacienda de la Nación, las erogaciones aumentaron desde poco más del 10% del Producto Bruto Interno (PBI) a comienzo de la década de los ´90 a más del 17% del PBI en el año 2015. La expansión fue particularmente intensa a partir del año 2003.
El aumento del gasto público no solo fue desordenado y con poco sentido estratégico. También estuvo asociado a un fuerte crecimiento de la presión tributaria basada en la aplicación de impuestos muy malos. El caso del Impuesto a los Ingresos Brutos es ilustrativo. Según datos del Ministerio de Hacienda se observa que:
Entre los años 1991 y 2000 las provincias recaudaron a través del Impuesto a los Ingresos Brutos el equivalente al 1,9% del PBI.
Entre los años 2001 y 2010 recaudaron con este impuesto el 2,5% del PBI
Entre el 2011 y el 2016 recaudaron el 3,8% del PBI.
Estos datos muestran que el crecimiento de la recaudación del Impuesto a los Ingresos Brutos duplicó al crecimiento del PBI en las últimas dos décadas. Como ocurrió con el gasto público, el aumento fue muy intenso a partir del año 2003 con una aceleración a partir del 2011 cuando la bonanza de los precios internacionales se debilita y las provincias apelan a aumentar sus ingresos propios como una forma de preservar la autonomía frente a la fuerte concentración de recursos fiscales en el Estado nacional.
El Impuesto a los Ingresos Brutos es rudimentario y altamente distorsivo. Tiene un efecto “cascada”, en el sentido que se multiplica a través de los diferentes eslabones que conforman la cadena productiva. Desde el punto de vista político, en cambio, resulta muy atractivo porque le da autonomía al financiamiento de las provincias sin que la población perciba su negativo impacto en la calidad de vida. Muy pocos son los ciudadanos que toman conciencia de que, en la mayoría de los bienes y servicios que compran, pagan más del 10% del precio en tributos por la acumulación del Impuesto a los Ingresos Brutos en las diferentes etapas de la producción.
Además es un impuesto que exige muy poco esfuerzo de administración tributaria. Alrededor de tres cuartas partes de la recaudación es generada por un complejo sistema de retenciones y percepciones. La contrapartida es una enorme carga administrativa sobre los contribuyentes, que se ve potenciada por las diferentes reglas que aplica cada provincia. Por otro lado, las retenciones y percepciones llevan a que, no solo que el impuesto se recaude sólo, sino que se cobra por adelantado. Más aún, en muchos casos se acumulan importantes saldos a favor de los contribuyentes. Se da la paradoja que mientras más ineficiente es la administración tributaria más recauda porque los contribuyentes no tienen forma de detener el crecimiento de los saldos a favor.
Los fallos de la Corte y el próximo vencimiento del Impuesto al Cheque, otro impuesto altamente distorsivo, son una oportunidad para avanzar hacia un esquema tributario más justo y menos agresivo contra la inversión. El Impuesto a los Ingresos Brutos debería ser absorbido por el IVA y el Impuesto al Cheque operar como pago a cuenta de IVA. Para moderar el aumento de IVA habría que eliminar exenciones y alícuotas diferenciales y contemplar devoluciones de IVA sólo a personas en estado de vulnerabilidad.
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