jueves, 17 de agosto de 2017

Un mensaje para políticos cortoplacistas: Por Iván Carrino

El martes por la mañana volví a dar mi primera clase de Economía para estudiantes de Ciencias de la Comunicación. Ya van siete años que, junto a Agustín Etchebarne, dictamos ese curso y siempre me genera mucho entusiasmo el arranque. 
En general, los alumnos no son muy fanáticos de la materia. Mucho menos cuando se enteran que van a tener que aprender de gráficos, curvas y hasta alguna matemática sencilla. Pero ahí radica el desafío principal: tratar de hacer que algo que preferirían evitar con toda la fuerza, no solo les sirva, sino que también les termine gustando. 
Esta primera clase que me tocó a mí fue, como siempre, la de la formación de los precios, la ley de la oferta y de la demanda, y el consecuente equilibrio de mercado. 
Cuando explicamos el precio de equilibrio (o de mercado, como prefiero llamarlo), los economistas acudimos a un gráfico que combina la curva de oferta con la curva de demanda. 
La curva de demanda muestra que, cuanto más alto es un precio de un bien, menor es la cantidad demandada. Por el contrario, si el precio es bajo, la cantidad demandada es mayor. 
La curva de oferta muestra una relación inversa. A mayores precios de venta, mayores son las cantidades ofrecidas. Esto es algo que puede comprobar cualquiera en su trabajo. Si nos pagan un salario mayor, seguro estamos dispuestos a ofrecer más tiempo para dedicarle a la empresa. 
Ahora bien, ¿cómo determina el mercado los precios? La forma más fácil es decir que el precio de mercado estará en el lugar en que la oferta se cruza con la demanda. En ese “punto”, las cantidades ofrecidas se igualan con las demandadas y todos los participantes del mercado cumplen sus expectativas. Compran y venden las cantidades requeridas a los precios que les resultan adecuados. 

Controles de precios
Para mostrar cómo el mercado establece el precio, resulta práctico empezar contando qué sucedería si éste se ubicara por debajo del nivel de equilibrio. En ese caso, las cantidades demandadas son mayores, pero las ofrecidas son muy pequeñas. Así, no hay equilibrio, por lo que existe una tendencia a que los precios suban, restringiendo el consumo de los demandantes pero incrementando la producción de los oferentes. 
Ahora bien, cuando el martes pasé por este tema, un alumno me observó: 
“Eso deja afuera a un montón de consumidores que antes podían consumir y ahora, a los nuevos precios, no pueden hacerlo: ¿no debería el estado intervenir allí y cambiar la solución del mercado?”. 
El comentario de este estudiante es perfectamente comprensible. Es que así ven las cosas muchos funcionarios públicos y políticos que creen que el gobierno debería intervenir en la economía fijando precios. Si pudieran reducir los precios por decreto, entonces más gente podría consumir y eso ayudaría a mejorar la situación de los votantes. En épocas recientes, de hecho, a eso se lo llamó “cuidar la mesa de los argentinos”. 
Ahora el problema con los controles de precios es que los mismos generan escasez. Los menores precios dañan la rentabilidad de los productores e incrementan las cantidades demandadas por los consumidores. El resultado es la quiebra de empresas (o la desinversión) y la escasez generalizada de los productos. 

Claramente, una buena ilustración de este fenómeno es lo que sucede en Venezuela. Pero en Argentina también tenemos ejemplos de las malas consecuencias que generaron los controles en la historia reciente. Las caídas en la producción de energía, petróleo, gas y carne pueden ser todas explicadas por la aplicación de precios máximos para “cuidar la mesa de los argentinos”, 
Más producción, la mejor solución
La teoría y la historia demuestran que los controles de precios son un remedio peor que la enfermedad. No solo no logran que más consumidores accedan a los productos controlados, sino que generan la quiebra de las empresas y, por tanto, mayor escasez y pobreza. 
Ahora es cierto que siempre es deseable que más gente pueda consumir a menores precios. Entonces: ¿cómo llegar a eso? 
La respuesta también la podemos encontrar en nuestras curvas de oferta y demanda. Si queremos que más gente pueda consumir a precios más bajos, entonces lo que hay que conseguir es una mayor oferta. 

Si la curva de oferta se mueve hacia la derecha, entonces el nuevo punto de intersección con la curva de demanda se dará a precios más bajos que antes. Además, las cantidades ofrecidas y demandadas serán mayores. Finalmente, el consumo será mayor e incluirá a más capas de la población. 
Ahora para que esto suceda debe existir un marco de reglas que favorezca la creación de empresas y la producción de bienes y servicios. Para ello, menos impuestos, más tecnología, flexibilidad laboral y apertura al mundo son todas medidas necesarias a implementar. 
Menos parches, más medidas de fondo
Obviamente, este camino es mucho más lento que la “mágica” solución que ofrecen algunos políticos con sus controles y regulaciones. Sin embargo, es uno mucho más sostenible y con resultados probados a lo largo de la historia. 
En definitiva, fue el comienzo del capitalismo y la globalización lo que hizo que la pobreza se desplomara desde el 90% de 1820 al 10% actual. 
Los controles de precios son parches de corto plazo que solo empeoran los problemas existentes. La verdadera solución es el crecimiento económico y, para generarlo, se necesita una economía más libre. 
Saludos,
Iván Carrino
Director de CONTRAECONOMÍA

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