domingo, 10 de septiembre de 2017

Milton Friedman no defendió el Ingreso Básico Universal

La tecnología avanza a paso acelerado. Si bien así lo hace desde hace varias décadas mejorando nuestra vida sin poner en peligro el empleo, ésta vez será diferente.
El ritmo exponencial de los avances amenaza a los trabajadores y apunta a generar profundas desigualdades sociales que deberán ser solucionadas de alguna manera. La mejor idea, en este sentido, es aprobar un Ingreso Básico Universal (IBU). Un monto en dinero, financiado con impuestos y pagado a todos los miembros de una comunidad, de modo que les permita satisfacer sus necesidades básicas sin necesidad de trabajar.
Para muchos economistas y analistas de varias especialidades, lo anterior es una buena descripción de la realidad. Algo hay que hacer con esta situación preocupante y el IBU es una medida cada vez más necesaria.
De acuerdo con uno de los principales propulsores mundiales del IBU, el belga Philippe Van Parijs, este sistema de redistribución consiste en un ingreso pagado por el gobierno a todos los miembros de una comunidad sin que éstos trabajen y con ningún condicionamiento en cuanto a los ingresos.
Si uno viviera en una comunidad donde el IBU fuera ley, entonces tendría derecho, por el solo hecho de ser ciudadano, a recibir esta cifra periódica. Suena bien, pero lo cierto es que presenta una serie de problemas.
Por ejemplo, cómo se podrán financiar tamaños emolumentos, qué efectos tendrá sobre la voluntad de trabajar, qué tipo de justicia implica que alguien, sin contribuir en nada a sus conciudadanos, deba ser premiado por éstos con un monto de dinero que recibe “gratis”.
Friedman entra en escena
Tal vez para superar alguno de estos escollos, muchos de los defensores de esta propuesta acuden a un argumento de autoridad. El argumento de autoridad es aquel que, en una discusión, se utiliza para defender una postura solamente apelando a que alguien que también la defiende tiene prestigio profesional.
En el concreto caso del IBU, suele afirmarse que nada menos que el Premio Nobel de Economía, Milton Friedman, uno de los más reconocidos liberales de la historia, defendió un sistema similar.
Para el argentino Eduardo Levy Yeyati, por ejemplo, una de las “variantes” de la propuesta redistribucioncita bajo estudio es la enunciada por Friedman, que se conoció con el nombre de Impuesto Negativo sobre la Renta.
En efecto, el Premio Nobel propuso un sistema que atacara de manera directa la pobreza pero sin quitar los incentivos al trabajo. Ahora bien: ¿era éste similar a lo que se está discutiendo hoy?
El impuesto negativo sobre la renta
En el tomo primero de su libro “Libertad para Elegir”, coescrito con su esposa Rose Director Friedman, los autores describen en profundidad su propuesta de impuesto negativo.
Para ellos, la misma debe ser vista como un camino de transición, que sirva como puente entre una sociedad de “tutelados por el estado” a una de “ciudadanos que confían en sí mismos”:
Necesitamos un camino para facilitar la transición desde donde estamos al lugar en que quisiéramos encontrarnos, para proporcionar ayuda a los individuos dependientes en la actualidad del bienestar, mientras al mismo tiempo fomentamos que los individuos pasen de las nóminas de los planes de bienestar a las de las empresas.
El camino tenía que servir para eliminar la burocracia ligada al asistencialismo, reemplazando no solo a los programas de subsidios sociales, sino incluso a todo el sistema de jubilaciones y pensiones estatales:

El programa está formado por dos partes esenciales: primera, la reforma del sistema actual de bienestar, reemplazando el paquete de planes concretos por un único programa, que comprenda los anteriores: un impuesto negativo sobre la renta ligado al impuesto positivo; segunda, reducir la actuación de la Seguridad Social satisfaciendo al mismo tiempo los compromisos actuales, y exigiendo gradualmente que los individuos tomen sus propias medidas para su jubilación.
El programa concreto consiste, entonces, en establecer un umbral de ingresos considerado “asignación básica”. Si una persona no llegara a obtener en su ocupación dicha asignación, entonces el estado le pagaría 50% de la diferencia entre la asignación y lo recibido por su empleo.
Abajo podemos ver el cuadro de cómo funcionaría:
Como puede observarse, si el monto básico es de $ 7.200 mensuales, y un individuo no tiene ingreso alguno, entonces será beneficiario de un impuesto negativo del 50% sobre el básico, por lo que embolsará un subsidio de $ 3.600. Si consiguiera un empleo que le pagara $ 1.000 mensuales, entonces el subsidio se reduciría a $ 3.100, generándose un ingreso total de $ 4100.
La idea del impuesto negativo a la renta es dotar de una red de contención para quienes están “fuera del sistema”, pero sin eliminar los incentivos a trabajar. Cada peso nuevo generado en el mercado incrementa la capacidad de consumo de la persona.
No es una Renta Básica
La diferencia fundamental entre este esquema – que también implica redistribución- y el IBU es que se trata de un sistema donde los ingresos importan. Es decir, en la medida que más ingresos se posean, menos subsidios se reciben desde el estado.
Esta idea dista bastante de lo que propone Van Parijs, quien sostiene que una de las ventajas de su propuesta es que, precisamente, no depende de que la persona tenga o no ingresos.
Para el estudioso belga, que el subsidio llegue a todos sin distinción es beneficioso por tres motivos. El primero es que los beneficios cobrados serían mayores en el caso de IBU. En segundo lugar, que es menos “humillante” recibir dinero por el solo hecho de ser ciudadano que explicando causas concretas que prueben la necesidad. Por último, porque el ingreso periódico no se ve interrumpido al aceptar un trabajo.
Friedman también consideraba que su Impuesto Negativo era mejor que recibir dinero porque se era “viejo”, incapacitado o enfermo, como los programas que ofrecían dinero en la época.
Sin embargo, lo consideraba como un programa que apuntaba directamente a la pobreza, no a todos los miembros de la comunidad, y como algo meramente transitorio, que sustituyera todos los programas sociales vigentes, hasta lograr una sociedad que no necesitara más ayudas gubernamentales.
¿Hay puntos de contacto entre el IBU y el NIT de Friedman? Podemos encontrar algunos, pero las diferencias son demasiado cruciales como para que metamos todo en la misma bolsa.

Saludos, 

Iván Carrino
Director de CONTRAECONOMÍA

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